[…] Aprendemos a esperar que las mujeres hablen menos, por lo que cuando hablamos, siempre parece que hablamos demasiado. Se supone que las mujeres han de ser más calladas y, si se expresan, han de mostrarse compungidas. Cerrar la boca es una virtud femenina. De vez en cuando alguna absurda manifestación de estas creencias emerge a la superficie cultural de forma interesantes, como los envoltorios de hamburguesas para mujeres, producidos por un restaurante japonés de comida rápida, con grandes sonrisas impresas, para que no se vea a las mujeres abrir la boca en público, algo considerado tabú. La venta de hamburguesas en Japón creció un 213% tras la aparición de las mascarillas bucales, conocidas como envoltorios liberadores. En 2014, el entonces viceprimer ministro de Turquía, condenó que las mujeres sonrieran en público (en otras palabras, que abrieran la boca) como signo de “la decadencia moral de la sociedad moderna”. La boca abierta de las mujeres y su tono de voz más agudo siempre se han representado como indicadores de locura, peligro, caos y decadencia.
Se supone que las mujeres no han de cuestionar o avergonzar públicamente a los hombres por su comportamiento. Si utilizan su voz pública para abordar temas que van más allá de sus roles de género, familia y apariencia- especialmente si desafían esa limitación- han de preparase para la hostilidad pública, tanto en internet como fuera de ella.
En la primavera de 2017, la representante del estado de Minnesota Melissa Hortman (una mujer blanca) hizo un llamamiento en la Cámara: un procedimiento que fuerza a los legisladores ausentes a volver a la asamblea. “Siento romper el juego de cartas cien por cien blanco y masculino en la salita privada”, anunció durante el debate de los presupuestos de seguridad pública, “pero creo que este es un debate importante”.
Dos de los legisladores ausentes pidieron que Hortman no solo se disculpara, sino que dimitiera. En ese momento, el caucus de la mayoría de la asamblea legislativa de Minnesota estaba formado en un 72% por hombres blancos, así como diecinueve de los veintiocho líderes de los comités de la Cámara. Estas eran, de hecho, las personas ausentes cuando Hortman pidió que regresaran para oír a las mujeres legisladoras. “No tengo intención de disculparme”, respondió ella.
Episodios como este nos recuerdan a la Inglaterra del siglo XVI, donde existían leyes para la “regañona común”, bajo las cuales una mujer molesta e insistente podía ser legalmente acusada de perturbación pública debido a su forma de expresarse. Tres siglos más tarde, el célebre novelista estadounidense Henry James describió los “agudos timbres nasales” de las mujeres y sus “gañidos, silbidos, resoplidos, quejidos y relinchos”, sentimientos reiterados por Rush Limbaugh al referirse a Hillary Clinton como a una “exesposa chirriante”. Durante toda la campaña presidencial de 2016, mientras sus contrapartes masculinas tronaban, fanfarroneaban y lanzaban invectivas y eran elogiados por ello, la que fuera senadora y secretaria de Estado era criticada por ser “estridente”, “poco auténtica” (si permanecía serena y en silencio) y por “gritar” ( si usaba su voz con claridad, rotundidad y confianza). “Furiosa” es otro añadido común a los estereotipos sexistas y condescendientes como estos, empleados para desacreditar a las mujeres.
La incomodidad que suscitan las mujeres que se expresan con autoridad es universal. En una entrevista concedida en 2014 a la televisión australiana, Johnny Rotten, exlíder de Sex Pistols, que en 2010 llegó a un acuerdo para no ir a juicio por golpear a una mujer en la cara, perdió su compostura con la presentadora: “¡Cállate!, ¡Cállate ¡Ahora escucha, cuando habla un hombre, no interrumpas!”. En 2015, en un programa de televisión en directo, Rima Karaki, presentadora y profesora universitaria, fue interrumpida por su invitado, un profesor egipcio: “¿Has acabado? Cállate para que yo pueda expresarme… No me gusta que me entrevistes. Eres una mujer”. Karaki apagó el micrófono de él. En 2017, durante un debate emitido en directo con Symone Sanders, la exportavoz de la campaña de Bernie Sanders, el republicano Ken Cuccinelli exclamó: “¡Puedes callarte un momento!”. Sanders, afroamericana, afirmaba que el combativo Cuccinelli estaba “rechazando” la idea de que la supremacía blanca fuera una cuestión nacional.
El miedo a la emasculación y la pérdida de control atraviesa las respuestas al discurso y a la furia de las mujeres. Esposas irritantes, arpías y brujas, por evidenciar la asociación entre las mujeres y los hombres que no son capaces de “controlarlas”, son tocapelotas. De todas las respuestas a mi trabajo con aspectos relacionados con los derechos de las mujeres a lo largo de los años, una de mis favoritas es cuando le preguntan a mi marido: “¿Estás bien? ¿Cómo lo aguantas?”
(Soraya Chemaly. Enfurecidas. Editorial Paidós. Barcelona. 2019)