Pareciera que un quehacer de más de veinticinco siglos no necesita que se le haga una defensa. Sin embargo, el descrédito al que ha sido sometida la filosofía, su formación, su ejercicio profesional, ha aumentado. Para algunos románticos de la filosofía esto es normal: afirman que ·la filosofía no es de masas”, que “no es para todo el mundo”. Lo que dejan de lado es que tanto en el interior del mundo académico como afuera de él, en la sociedad en general, se advierte una suerte de inutilidad de la filosofía para la vida de hoy.
En estos tiempos de la inmediatez, las redes sociales, el universo digital, los avances en ciencia y tecnología, la globalización y haber superado una pandemia que dejó más de nueve millones y medio de muertos, se requiere no solo una apología escrita, sino también un movimiento de orden mundial que salga a todos los escenarios posibles, físicos y virtuales, en razón de la recuperación del valor e importancia de la filosofía para la vida.
En lo que llevamos de este siglo XXI, dentro del ámbito académico, el menosprecio que hemos sufrido los que nos dedicamos a esta profesión en términos de enseñanza e investigación es evidente. La preponderancia que tienen las disciplinas STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics) están apoyadas en el imaginario de que solamente eso es ciencia. Por lo tanto, la inversión estatal y universitaria se enmarca en esas disciplinas. Así mismo, las evaluaciones de proyectos y de investigaciones en áreas distintas a esas están enmarcadas en productos según las prácticas propias de esas disciplinas, desconociendo por completo cómo se hace filosofía.
Ahora bien, en la sociedad en general también existe una especie de imaginario que se ha ido decantando en ver a la filosofía como un saber que no sirve para la vida práctica, que no es necesario para la vida, ni para la sociedad ni para la cultura. Está más valorado ser instagramer, tiktoker, youtuber (cada vez menos) o influencer que un filósofo o una filósofa.
Antes esto, vale la pena pensar cómo podemos darle el giro, cómo volver al espacio natural de la filosofía: el ágora. Sin duda, para conseguirlo, hay que sacar a la filosofía del aula, de la exclusividad de la academia. Hay que llevarla más allá de las revistas académicas indexadas que, en general, nadie lee y que únicamente son citadas por otros profesores que requieren a su vez ser citados par alcanzar las mediciones cada vez más absurdas que nos ponen los sistemas en cada país.
Sí, hay que sacar la filosofía a la calle, a los barrios, a la gente, a TikTok y a Instagram (incluso corriendo el riesgo de hacernos influencers filosóficos), ir más allá del texto, más YouTube y menos congresos que cierren la puerta a un público interesado y que muchas veces no puede pagar las altas tasas de inscripción. Hay que volver a los foros abiertos y gratuitos.
Debemos apostar todavía más por medios como la radio, la televisión, por tomar los cines y el teatro, la literatura y la poesía, atrevernos a apoderarnos de los otros espacios donde no sea posible la interacción con los otros.
En resumen, la única forma de que volvamos a ocupar un lugar de importancia en la sociedad, que recuperemos el valor de la filosofía y del quehacer filosófico en todos los ámbitos, es que salgamos de nuestra comodidad academicista y seamos resistencia frente a la hegemonía de las otras ciencias, resistir frente a los nuevos ídolos, resistir a la ignominia y a la inmediatez.
(Dayana de la Rosa Carbonell. En defensa de la filosofía. Filosofía & Co. Número 12. Marzo 2025)