Según Epicuro, sí.
¿Acaso no es evidente que todos los seres humanos anhelamos ser felices? ¿Cómo podemos pensar en no perseguir la felicidad? Incluso la pregunta puede parecer, a primera vista, trivial. En el siglo III a.C., Epicuro defiende que esta búsqueda no es solo algo natural, inherente a todos los seres humanos, sino que es también el fundamento mismo de una vida ética y una vida bien vivida. En otras palabras, si queremos vivir una vida que valga la pena ser vivida, debemos perseguir la felicidad. ¿Cuáles son sus argumentos? Primero, que la naturaleza nos ha dotado de la capacidad de discernir entre placer y dolor, y este debe ser nuestro criterio moral básico. Estamos hechos para alejarnos del dolor y hallar el placer. Además, para Epicuro, la felicidad es el único fin que se busca por sí mismo y no por otra cosa (de hecho, el resto de cosas las hacemos para ser felices). Otro argumento es que nos hace ser mejores personas: quien busca verdaderamente una vida plena y feliz necesitará reflexionar sobre la prudencia, la justicia y la sabiduría. El meollo del asunto está en determinar qué es ese de “perseguir el placer”. Si esto se entiende como hedonismo desenfrenado (como a veces se malinterpreta su filosofía), eso no nos trae la felicidad. El placer que debemos anhelar, según Epicuro, es un estado de equilibrio natural que surge cuando satisfacemos nuestras necesidades genuinas y eliminamos el sufrimiento innecesario. De ahí que en sus textos se descarten los placeres momentáneos y las satisfacciones efímeras y se apueste por la ataraxia: tranquilidad y ausencia de perturbación. ¿Nos lleva esto al egoísmo? No, porque no podemos ser realmente felices si vivimos de manera imprudente o injusta, pues esos comportamientos generan perturbación y sufrimiento.
La propuesta de Epicuro también considera que la felicidad es un estado natural que se puede obtener de facto, no un ideal inalcanzable. Para ello la mejor aliada es la razón, que ayuda a distinguir entre deseos naturales y necesarios (como la comida), deseos naturales pero innecesarios (los sexuales) y deseos vanos (la fama). Este camino a la felicidad será más fácil con las virtudes que no tienen valor en sí mismas, sino en cuanto conducen a la felicidad (la prudencia, la moderación, la justicia). Además, contra interpretaciones superficiales de su filosofía, la búsqueda de la felicidad tiene una dimensión inherentemente social. La amistad, por ejemplo, no es un medio para otros fines, sino una de las fuentes más confiables de placer duradero y seguridad vital.
Según Kant, no.
La respuesta de Kant es completamente negativa, pero no porque la felicidad sea irrelevante para la vida humana- que no lo es-, sino porque elevarla a la categoría de fin último constituiría un error que comprometería la base misma de la moralidad. Es decir, es un error enorme responder, como quería Epicuro, con la felicidad a la pregunta sobre cómo debemos comportarnos. El argumento de Kant se fundamenta en varias críticas. La primera es que la felicidad tiene una naturaleza contingente, esto es, que cada individuo la concibe de manera diferente: lo que produce felicidad a uno puede causar disgusto a otro. ¿Cómo pensar que pueda ser la base de una moral si a cada uno nos hace feliz una cosa? Esto hace que no podamos situarla como centro de nuestra vida. Para Kant, la respuesta a la pregunta sobre qué debemos hacer o perseguir tiene que basarse en principios universales (como no matar), no en lo que a cada uno nos parezca. Debemos fundamentar nuestro comportamiento en reglas morales y no en apetencias personales. ¿Cuáles son estos principios universales que pueden guiarnos? El imperativo categórico: “Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que se convierta en ley universal”. Este principio es independiente de cualquier consideración de felicidad. Es decir, no debemos no matar porque si lo hacemos nos va a producir dolor (cargo de conciencia, cárcel), sino porque objetivamente está mal matar. No debemos matar porque no podemos consentir que fuese una ley universal. En cambio, es deseable que ayudar a un enfermo sea una ley universal y por eso debemos comportarnos así. Hay que actuar por deber, no por inclinación.
Pero ¿esta teoría no dibuja un escenario desolador donde nos entregamos a una enorme exigencia moral sin ninguna retribución? ¿Quiere decir que debamos ignorar por completo la felicidad? No. La posición de Kant es más sutil: la felicidad es la consecuencia de la virtud, pero no su fundamento. Si actuamos bajo el deber moral somos felices. Cuidar a nuestra madre enferma sabiendo que estamos haciendo lo correcto nos reporta felicidad; pero no debemos cuidar a nuestra madre para buscar la felicidad (para que luego nos recompense, por ejemplo). La dignidad moral del ser humano reside en su capacidad de actuar por deber, independientemente de la inclinación hacia la felicidad. Esta capacidad nos distingue como seres racionales y morales, elevándonos sobre la búsqueda de satisfacción sensible.
(Javier Correa Román. ¿Debemos perseguir la felicidad? Filosofía & Co. Número 13. Junio 2025)