1.Imagina que estás solo o sola en el vagón de un tren. Frente a ti se sienta un extraño con quien comienzas a conversar. Es una persona afable y chistosa. Comenzáis contándoos vuestras vidas y termináis hablando de esa persona que os amarga la existencia, a quien odiáis profundamente y a quien os gustaría que el demonio se la llevase al círculo más profundo del infierno. Esa persona, medio en broma medio en serio, inclina su cuerpo hacia ti, te mira directamente a los ojos y te hace la siguiente propuesta:
¿Qué importa una vida o dos? Hay gente que está mejor muerta. Por ejemplo, las dos personas de las que estamos hablando…Esto me recuerda a una idea estupenda que tuve una vez- dice esta persona desconocida- . Me dormía todas las noches pensando en ella. Era algo perfecto…Digamos que usted quiere deshacerse de esa persona. Aunque usted tenga buenas razones, seguro que le da miedo matarla. ¿Sabe por qué? Le detendrían. ¿Y qué le relataría? El móvil. Esta es mi idea: dos extraños se conocen por casualidad, como nosotros. No hay ninguna relación entre ellos, nunca se habían visto. Cada uno tiene una persona de la que quiere librarse y deciden intercambiar las muertes. Cada uno mata al que estorba al otro; nunca podrán relacionarlos. Cada uno habrá matado a un desconocido y cada uno tendrá una coartada indestructible. Uste comete mi crimen y yo el suyo. ¿Qué le parece mi proposición?
2.El doctor J. un prestigioso oftalmólogo con una gran reputación y una familia a la que adora, guarda un secreto: tiene una amante. Todo transcurre bien hasta que el doctor decide finalizar su relación extraconyugal. Entonces su amante le amenaza con destruir a su familia y contárselo todo a su mujer. El doctor J. tiene miedo y se le cuenta a su hermano I. quien tiene relación con el crimen organizado. I. se ofrece para hacer que el “problema” desaparezca. J. no se manchará las manos de sangre, ni siquiera sabrá el cómo, quién y cuándo. Solo tiene que decir sí. ¿Es nuestro mundo cruel y vacío de valores? ¿Cómo si no entender los numerosos, continuos e incesantes casos de corrupción? ¿Qué nos diferencia del corrupto? ¿No es la sensación, cierta o no, de impunidad la verdadera causa de la corrupción? ¿Estamos seguros de que haríamos algo distinto en sus mismas circunstancias? ¿Somo tan justos como nos creemos?
3.En La República de Platón asistimos a un apasionante debate sobre qué es la justicia y quién puede ser considerado una persona justa. En ese contexto, el filósofo Glaucón narra la famosa historia del anillo de Giges. El rey de Lidia, Giges, tiene un anillo mágico que otorga un gran poder a su dueño: lo vuelve invisible con solo girarlo. Quien lo posea podría matar, robar y trasgredir cualquier ley con toda impunidad porque nadie lo ve. ¿Qué ocurriría- pregunta Glaucón- si tuviéramos dos anillos como el de Giges y le diéramos uno a un hombre justo y otro a uno injusto? ¿Seguiría habiendo diferencia en su obrar o el justo se volvería injusto? Glaucón cree que el justo se quedaría sin motivos para seguir actuando bien, ya que la única razón que tenemos para hacerlo es el temor al castigo, el miedo a la opinión de los demás, la fobia a ver mancillada nuestra reputación. Por tanto, concluye Glaucón, el hombre justo es realmente un cobarde y un hipócrita; el injusto honesto y valiente, con los arrestos para hacer lo que el justo quiere, pero no puede. Si Glaucón está en lo cierto, la verdad es muy triste: a nadie le importa un comino ni la justicia ni el bien de los demás, lo único que nos disuade de cometer una inmoralidad es el miedo a la cárcel, a la multa o a la vergüenza social. ¿Es la persona justa una cobarde?
4.Trasímaco, un sofista, plantea la inexistencia de una idea de justicia universal y absoluta a partir de la cual los legisladores promulgan sus leyes y los jueces juzgan los actos. No existe un concepto de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo moral y lo inmoral previo a la ley, sino que sucede a la inversa: es la ley la que determina qué es lo que está bien y lo que está mal. Y la ley es elaborada en todo tiempo y lugar por el poder para protegerse y legitimarse. Tener el poder significa poseer la capacidad para determinar qué es bueno y qué es malo, qué se puede hacer y qué no, pero no de acuerdo con un arquetipo de justicia o con la voluntad de Dios, sino a lo que privadamente le beneficia. El poderoso elabora la ley para favorecer sus intereses. Pero si el débil tuviera la fuerza suficiente, actuaría de igual manera. La virtud es poder. Todo lo demás es cuento o hipocresía. Si se puede hacer. se debe hacer. ¿La ley favorece sólo al poderoso? ¿Los débiles están indefensos ante la ley?
5.Henry Spira, un hombre corriente nada corriente, fue un buen hombre. Allí donde estuvo hizo lo que pudo por ayudar. Fue activista pro derechos civiles, luchó contra la corrupción, impartió clases a los niños más desfavorecido y batalló para conseguir leyes que protegiesen a los animales del sufrimiento innecesario, entre otras buenas cosas. El señor Spira vivía en un piso pequeño y austero que le servía a la vez de hogar y oficina. Cuando enfermó de cáncer y supo que su final estaba cerca, Peter Singer, quizá como amigo, quizá como filósofo, le preguntó cuál fue su razón para ser una buena persona y dedicar la vida a los demás. La respuesta corriente de este hombre corriente nos eriza la piel a muchos, nos aguijonea el corazón y nos regala el convencimiento para seguir apostando por la ética:
“Supongo que básicamente uno quiere sentir que su vida ha significado algo más que consumir productos y generar basura. Creo que nos gustaría mirar atrás y pode decir que hemos hecho todo lo posible para hacer de este mundo un lugar mejor para otras personas. Se puede entender así: ¿qué mayor motivación puede haber que hacer todo lo humanamente posible para reducir el dolor y el sufrimiento?”
¿Vale la pena ayudar desinteresadamente?